Las Cigarreras




Durante casi 200 años (1620-1812), el trabajo tabaquero en la Real Fábrica sevillana fue una labor de hombres. No tanto por la mentalidad imperante como por la estructura de la propia fábrica en consonancia con las necesidades de la demanda. El desvenado de la hoja, la moja y el oreo de ésta, el torcido del cigarro, la forma de la capa y el número de vueltas que ésta debía tener eran vigilados muy de cerca por capataces. Sin embargo, en torno a 1807 uno de los expedientes revelaba que “los cigarros de Sevilla tienen en general mala construcción, la tripa podrida, y con mucha vena, y su capa mal acondicionada y envuelta; se empapelan y encajonan con excesiva humedad, esto intercepta el conducto de la comunicación de aire y humo, llegando a hacerse un sólido impenetrable y, en tal situación ya podridos, resulta su total inutilidad”. Tras dichas quejas, se planteó el despegue definitivo de la producción de cigarros en Sevilla, atendiéndose también la experiencia de otras fábricas, en las que el personal femenino no planteaba tales problemas o lo hacía en menor medida al considerar sus salarios complementarios de los de sus maridos.

A finales del siglo XVIII, se produjo un aumento vertiginoso de la demanda de cigarros y se acrecentaron las protestas de los consumidores ante la baja calidad de las labores sevillanas, en comparación con los productos traídos de Cuba o fabricados por mujeres en Cádiz. La crisis de aquellos años (guerra contra el invasor francés, devastación de extensas zonas, hundimiento económico) apoyó también la necesidad del cambio. En abril de 1811, ante la penuria general de la fábrica, se suspendieron las labores y se expulsó de los talleres a más de 700 cigarreros; en diciembre del año siguiente, se optó por el empleo de mujeres a la hora de reanudar la fabricación de cigarros, a semejanza de las restantes fábricas del país (Cádiz, Alicante, La Coruña, Madrid); y finalmente, en febrero de 1813, se creó en Sevilla el denominado “Establecimiento de mujeres”, encargándose la formación de las futuras operarias a un reducido grupo de expertas laborantas venidas de Cádiz.

Desde aquel momento se planteó una dura pugna entre la fuerte tradición sevillana en este campo, favorable a los hombres, y la tendencia general en las restantes fábricas españolas, que apoyaba la opción femenina. Durante algún tiempo, con el incesante aumento de los operarios, de nuevo parecía volverse a los antiguos usos, pero a partir de 1829 la Administración optó definitivamente por la mujer y éstas pronto alcanzaron en número a sus compañeros. La permisibilidad de las autoridades o el temor a la reacción de los perjudicados, que ya en 1822 habían provocado gravísimos incidentes, hizo que unos y otras continuasen trabajando conjuntamente algunos años más, aunque con un progresivo descenso del número de hombres. De alguna manera, era un auténtico drama para aquellos que tradicionalmente habían encontrado en estas faenas el sustento para sí y para sus familias. Pero, a mediados de siglo, la mujer había ya desbancado definitivamente a sus rivales. En adelante, éstos quedarían relegados a las tareas del tabaco en polvo y rapé, ambas en un nivel de producción extremadamente reducido.

El fenómeno que en mayor medida fuerza el cambio fue el auge del cigarro. La aparición del cigarrillo del papel, aunque venía siendo elaborado por los propios consumidores, es ahora cuando comienza a ser fabricado industrialmente y, por tanto, los causantes del continuo aumento del número de trabajadoras. Se precisa de tal cantidad de operarios que los salarios más bajos de la mujer representan una opción claramente ventajosa.

Para los artistas, la contemplación de esta cantidad de mujeres (unas cinco mil) trabajando en el interior del edificio (a veces desnudas de cintura para arriba debido a las condiciones climáticas y de ventilación) eran objeto de su imaginación, por eso era muy solicitada la visita a la fabrica, aunque la realidad fuera muy distinta a esa idealización de la figura de Las cigarreras.beauchyphoto_cigarreras_03_emilio_beauchy_cano_fotografias_antiguas_postales_La serie de fotografías realizadas por Emilio Beauchy Cano en la Fábrica de Tabacos de Sevilla a las obreras que allí trabajaban a finales del siglo XIX se denominó Las Cigarreras…

Estas mujeres que trabajaban en la fabrica de tabacos liando cigarrillos, en Sevilla  tuvieron un valor dentro del movimiento obrero industrial y concretamente dentro de la historia de la mujer trabajadora. Estas famosas cigarreras de Sevilla constituyeron un mito que ha perdurado hasta hoy.

Al ser mujeres la mayor parte de las personas que allí trabajaban dio lugar a varias leyendas que poco tenían que ver con la realidad. La famosa «Carmen» de Prosper Merimée es un ejemplo.

El prototipo de esta cigarrera era una mujer de pelo negro adornado con flores  y un brillo especial en los ojos que no era más que el producido por la falta de ventilación donde trabajaban y el polvillo que se desprendía del tabaco que liaban, produciendo un lagrimeo constante debido a la dilatación de las pupilas. Esto hacia parecer sus ojos más oscuros y brillantes.

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